El reciente escándalo en relación a la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) ha originado una cascada de reacciones, más o menos adecuadas.
Follow on LinkedInEntre las reacciones lógicas podemos relatar el descrédito -y cierto enfado- de los usuarios que han visto cómo parte del dinero obtenido con las tasas como el famoso canon sobre diferentes soportes y productos podría haber sido desviado a otras actividades presuntamente delictivas, y ni siquiera repartido entre los artistas asociados a la SGAE.
Sin embargo, esta situación de la principal empresa que gestionaba la recaudación de estos derechos, no justifica de ningún modo el desprecio que muchos usuarios en Internet demuestran hacia los artistas, hacia los derechos de autor y hacia la propiedad intelectual.
Por sus actividades y su ciertamente en ocasiones grotesco afán recaudatorio -en obras de colegios, en actos benéficos, colándose en bodas privadas- la SGAE se ganó una merecida fama negativa, pero debemos insistir en el hecho de no mezclar el desprecio hacia unas siglas con el desprecio hacia los derechos de los autores.
En muchos foros y ‘blogs’ especializados en ofrecer descargas no autorizadas de contenidos protegidos por derechos de autor, los pillos se azuzan unos a otros despreciando y vejando a los artistas que salen públicamente a pedir respeto por sus derechos. Alejandro Sanz y Ramoncín, entre muchos otros, son ejemplos de artistas a quienes se han echado encima las hordas de usuarios que no pagan nunca por nada en internet.
Los derechos de autor son básicos para mantener una sociedad moderna, respetuosa y evolucionada. Azuzar contra los artistas, y no respetar su derecho a que sean retribuidos por sus obras, puede acarrear duras consecuencias en un futuro. Si no se consigue encontrar un término medio entre los usuarios que descargan y los artistas que quieren vivir de su trabajo, la actual situación parece ser poco sostenible a medio plazo.
El término medio exige concesiones por ambas partes; por un lado una industria cultural española que todavía va con el pie cambiado y no ha conseguido encontrar la fórmula que asegure una supervivencia y convivencia respetuosa con el usuario de internet; y por otro lado el usuario de la red, que necesita entender que no puede disfrutar de música y películas en barra libre.
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