Pongamos por caso, en el peor de los escenarios posibles, que la profesión periodística desaparece como oficio desarrollado por periodistas licenciados, humanos y cualificados. Pongamos también, por caso, que robots de inteligencia artificial como «Narrative Science» son capaces de crear contenidos aptos para el lector, como los que se publican en la prestigiosa revista Forbes
Follow on LinkedInSupongamos, por último, que la terrible moda del «periodismo ciudadano» se impone y cualquiera, sin cualificación, ejerce de comunicador imbuido en la piel de un falso periodista.
El posible escenario sería caótico: porque es mucho más fácil influir, desde muchos grupos de interés (legítimos o ilegales) en una máquina y en operadores humanos no cualificados para llevar a cabo la profesión periodística.
En cuanto a las máquinas, a día de hoy es evidente que no vivimos en un entorno tecnológico totalmente seguro, ya que los «hackers» pueden acceder o manipular, casi a su total antojo, cualquier sistema informático, por sofisticado que sea. ¿La exposición de ese robot a intervenciones externas o fallos de programación? Enorme, cualquier cosa puede fallar para provocar un colapso en la «máquina automática de escribir».
Escribir historias, analizar y proporcionar pistas
El periodismo no consiste únicamente en recopilar datos y publicarlos en gráficas de aspecto espectacular (el mal llamado «periodismo de datos»), ni tampoco la labor unida más a un programador informático debe ser confundida con periodismo.
Aceptamos Internet y nuevas capacidades como paradigma de un nuevo periodista mucho más cualificado y preparado en distintas disciplinas -incluso técnicas- pero el periodista no es un programador informático (aunque puede tener algunos conocimientos en ese campo), y un programador informático que sea capaz de crear preciosos gráficos con datos no debe ser confundido con un periodista.
El programador es un mero reproductor técnico y el periodista es un humanista con capacidad de análisis.
El periodismo trabaja, por definición, con datos, pero con esos datos deben servir para proporcionar pistas al lector, expuestos con un contexto descrito debidamente por el periodista, y con un análisis de posible significado y consecuencias de esos datos.
No se trata de guiar al lector a lo que debe opinar, sino darle suficientes elementos de valoración como para que el propio lector sea capaz de extraer conclusiones sensatas que le permitan formarse una opinión cualificada.
Y es en este punto en el que la teoría del caos, aplicada a las máquinas que se lanzan como creadoras de corrientes e historias, debería darnos tiempo para detenernos a pensar, para reflexionar, en qué clase de sociedad democrática queremos en el futuro.
Porque una sociedad futura en la que el periodismo lo ejerzan máquinas, o ciudadanos no cualificados, nos podría conducir al absoluto desastre, a un embrión del caos más absoluto.
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