El cine de serie «B» ha despertado un interés creciente durante los últimos años. Incluso hay cadenas de televisión que se rinden y emiten películas fácilmente identificables como desastres fílmicos de inconfesable y gamberro disfrute como Sharknado y muchas otras.
Follow on LinkedInDentro de esta corriente que busca reivindicar las películas de menor calidad, para muchos críticos el director Albert Pyun (Hawái, 1953) es el equivalente al Ed Wood de nuestra era. Un prolífico fabricante de películas, la mayoría de las cuales se editan directamente en DVD y cuya calidad, siendo generoso, en muchas ocasiones roza lo grotesco.
Sin embargo, Pyun ha logrado varios éxitos innegables a lo largo de su carrera de 30 años en la industria cinematográfica, como pueden ser Cromwell, el rey de los bárbaros; Cyborg; Némesis y la protagonista de esta pequeña reseña: Malas armas.
Malas armas (Albert Pyun, 1997), protagonizada por Christopher Lambert y Ice-T, se presenta como una pequeña joya dentro de la irregular filmografía de Pyun. El escritor Juan Manuel de Prada dedicó toda una página completa a esta película, en el periódico ABC Cultural del sábado 16 de julio de 2011.
En su crítica, De Prada cataloga correctamente a Pyun como un «director de serie Z», pero agrega que es «uno de los pocos, como Ulmer o Freda, capaces de dotar de genio a las producciones más ínfimas». Dentro de esa premisa de producción de bajísimo presupuesto, el argumento de «Malas armas» no deja lugar a las piruetas filosóficas: asesinos encerrados en una prisión, armados hasta los dientes y con el objetivo de localizar un maletín de 10 millones de dólares.
Bajo la aparente simpleza argumental, sin embargo, nos encontramos con un producto capaz de reflexionar sobre valores como la «culpa» y la «redención». Una redención que quizá el propio Pyun ha logrado con varias de sus películas mejor creadas. La película también cuenta con discursos sobre el propio lenguaje cinematográfico, casi en forma de metalenguaje.
Sin ánimo de desgranar más del eje argumental o estilo de la película, añadir que el apartado visual y al apartado musical merecen una notable mención.
La fusión entre los tiroteos a ritmo de la música de mambo, a través de una gloriosa banda sonora de Anthony Riparetti, y las imágenes filmadas con exquisito gusto por el cinematógrafo George Mooradian, convierten a «Mean guns» en una obra avanzada a su tiempo, una película a reivindicar, meritoria en su pulso, dotada de un gran ritmo y de interesantes reflexiones filosóficas y vitales.
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