Roald Dahl ha sido la nueva víctima de la estupidez que inunda el mundo actual.
Follow on LinkedInEl tóxico «buenismo mal» que invade esta sociedad absurda dominada por los idiotas gritones, incultos orgullosos de serlo y lloricas de las Redes Sociales, se ha cebado con sus obras para eliminar palabras.
Censurar libros, películas, canciones o cualquier otra forma de expresión artística es una peligrosa piedra en el muro de la indigencia intelectual, que nos abocará a un dañino empobrecimiento cultural formado por burbujas impermeables.
Con los ojos de la mojigata sociedad actual, vigilada por los citados lloricas hipersensibles que habitan las Redes Sociales, no podemos ni juzgar ni revisar las obras creadas años atrás.
Desaparecen palabras como «gordo» y «feo» de las obras de Dahl porque, a pasos agigantados, la sociedad se ha infantilizado tanto que no acepta el rechazo ni respeta las opiniones diferentes.
Las obras deben ser respetadas e intocables, y quien no pueda aceptar el contexto pasado en el que fueron creadas, que no las lea, que no las vea o que no las escuche, pero que no obligue a los demás a soportar su caprichosa estupidez.
Los niñatos caprichosos de las Redes no pueden imponer sus chorradas al resto de la sociedad, con su estúpida política de la «cancelación» de artistas o personajes históricos. Si les permitimos ganar, nuestra cultura se empobrecerá de forma tremenda, y la estupidez reinará en el mundo.
En el año 2015, todavía sin tratar mi diabetes, publiqué el espantoso libro «Siete tumbas en Cañón Diablo». Usé expresiones como «sucio indio, sucio mestizo», entre otras lindezas. Desde luego, nunca utilizo ese tipo de lenguaje ni pensamiento en mi vida normal, pero esas expresiones eran las adecuadas al contexto histórico y adecuadas a los personajes que se dirigían así hacia la persona.
Era un poblado del salvaje Oeste, maldita sea, y allí nadie se dirigía a un indio con la expresión: «Disculpe usted, señor nativo americano». Si no somos capaces de aceptar que no podemos cambiar el pasado, entramos en la peligrosa deriva de la era estúpida, en la que se violan las obras para pretender que las cosas que incomodan a los hipersensibles nunca sucedieron.
Si en algún momento se le ocurre a algún iluminado, iluminada o ‘iluminade’ que hay que quitar las palabras «sucio» de mi libro, al igual que han quitado «gordo» de las obras de Dahl, deberían pensarlo dos veces: es estúpido pensar en censurar una obra, es estúpido coger la tijera, y en última instancia es estúpido llevar el libro censurado a una imprenta y ponerlo de nuevo en el circuito comercial con la versión para idiotas.
¿Ilegal? Más que probable. ¿Inmoral? Seguro. ¿Estúpido? Por supuesto, y más allá de las dudas que siempre suscita la censura, lo más doloroso es que muchas personas estarán de acuerdo con la estupidez de quitar palabras y censurar, con lo cual comprobamos que lo que de verdad está fallando es la educación como base de la nueva era estúpida.
¿Qué podemos esperar de una época en la que le han puesto un letrero a la película «Lo que el viento se llevó» porque «niega los horrores de la esclavitud»?
Si entre todos no ponemos freno y fin a estas actitudes de una sociedad tan infantilizada como caprichosa, nos vamos a pique.
Ojalá superemos esta era estúpida y así podremos volver a crear y expresarnos en libertad.
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