Vivimos tiempos convulsos, tiempos de sensibilidad extrema y piel demasiado fina, en los que cualquier combinación de palabras puede hacer estallar un polvorín, poniendo en peligro a la libertad de expresión. Los casos recientes en los que se inicia una «caza de brujas» contra artistas, actores o escritores, entre muchas otras profesiones expuestas al público, se cuentan por docenas: el último caso se formó con la intención del partido Ciudadanos de prohibir un concierto de Def con Dos en Valladolid, pero antes también fue el actor Dani Rovira, y suma y sigue.
Follow on LinkedInEn esta espiral de psicosis colectiva, las Redes Sociales están haciendo un flaco favor a la libertad de expresión. Irónicamente, en vez de ser un ágora global para compartir ideas y opiniones, Internet se convierte en un circo romano, un oscuro callejón de linchamiento lleno de navajeros digitales. El mayor invento de comunicación desde los tiempos de la imprenta pierde su hermosa esencia de diálogo entre los seres humanos, para degradar su función a la de un cuadrilátero en el que una masa rabiosa descuartiza todos los días a alguna persona.
«No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo»
Se atribuye por error a Voltaire una frase que es de Evelyn Beatrice Hall, y dice así: «No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo», sentencia que destila el máximo respeto hacia la libertad de expresión. Justo lo contrario que sucede en la red con las hordas armadas con antorchas, dispuestas a quemar a todo aquel que no piensa igual.
Por mucho que nos desagrade (cuestión de gustos y de colores) lo que dice un periodista o un escritor, o lo que canta cualquier grupo musical, la esencia misma de la libertad de expresión reside en que cada cual es libre, con el límite de la Ley.
Cada cual puede sintonizar el canal de televisión o de radio que prefiera, de leer los libros o periódicos que más le gusten, o de no leer, no ver nada, y no oír nada.
Ninguno de nosotros tiene que estar expuesto a los insultos por el mero hecho de estar en la Red, la libertad de expresión es otra cosa y los insultos no caben bajo su paraguas. La libertad de expresión es una delicada construcción de naipes, un castillo que puede verse derrumbado por un tenue soplo de viento. Si queremos que ese castillo de naipes sea fuerte, debemos alimentar los cimientos de esa libertad con el diálogo sano y constructivo. Quizá lo logremos algún día.
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