Boicots a tutiplén
Dentro de poco, en abril, se cumplirá un año desde que abandoné Twitter. Y las cosas siguen igual de mal que cuando me marché, o incluso peor. La película «El guardián invisible» es la última víctima de una ola de locura colectiva que parece no tener fin.
Boicot aquí, boicot allá…la Red nos estremece, día sí y día también, con juicios sumarísimos contra personas o empresas. Rara es la semana en la que no se lanza alguna campaña contra algo o contra alguien.
«Su boicot, gracias», cual máquina de tabaco, miles de personas sin otra cosa mejor que hacer intentan convertirse en juez, jurado y verdugo, pegan la etiqueta de «culpable» sobre la frente de la víctima del boicot, y sueltan su bilis a la espera de recibir a cambio la recompensa de la victoria.
Y esa victoriosa recompensa puede ser desde destrozar un programa de televisión hasta machacar a un periodista, pasando por intentar reventar una película en la que han trabajado cientos de personas.
En muchas ocasiones, el origen de tanta rabia y de tanta mala leche son palabras que alguien, en algún momento, dijo sin pararse a pensar si eran palabras estúpidas.
Antorcha en mano cual marabunta ciega y furiosa, miles de internautas se lanzan a crucificar a una o varias personas por cualquier cosa, sin valorar el contexto y sin valorar la importancia de los hechos.
Todos los días encontramos recogidas de firmas y llamadas al boicot hacia empresas, personas e incluso regiones (puedo recordar el caso del boicot a los productos catalanes). Da igual que el origen de la polémica sea una tontería: el caso es linchar.
¿No hemos tenido ya bastante? Esta absurda carrera hacia la locura colectiva debe finalizar cuanto antes.
Si aprendemos a no sacar de quicio las cosas que dicen los demás, las cosas que hacen los demás o las cosas que piensan los demás, quizá dejaremos de parecer tan tecnológicamente avanzados como intelectualmente estúpidos.
Nos revelaremos como muy estúpidos si dejamos que la mayor maquinaria de comunicación de la historia (Internet) se convierta en un gallinero con gran espacio para boicots, insultos, odio y bilis. No convirtamos la maravillosa autopista del conocimiento en un camino de montaña lleno de hienas, lobos, trampas, piedras y dolor.
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