Contra los bulos y el intrusismo periodístico
La terrible DANA que asola Valencia y otras zonas de España es, por desgracia, un nuevo caldo de cultivo para docenas de bulos y falsas noticias.
El peligroso fenómeno de los bulos y las «fake news» no es nuevo, porque la desinformación y la intoxicación existen desde que el mundo es mundo, pero la difusión y ‘viralidad’ que adquieren los falsos hechos gracias al impacto de las Redes Sociales es muy superior a otros tiempos en los que la Humanidad carecía de estos canales de difusión.
Follow on LinkedInEspaña está sufriendo los efectos de la mayor catástrofe natural en la historia del país, en forma de DANA, y también en forma de descoordinación de las administraciones y de un caos comunicativo generado y amplificado por personas ajenas a los profesionales del periodismo.
Ahora, cualquier persona puede abrir un canal de YouTube, Telegram, TikTok o cualquier otra plataforma y difundir mentiras y basura sin pudor. Y, de momento, sin consecuencias legales, aunque sobre este punto y sobre la necesidad imperiosa de una regulación contra la difusión de bulos flagrantes hablaré más adelante en este mismo artículo.
Para muchos internautas, la dictadura del «click» es dominante: todo vale con tal de reafirmar sus creencias y prejuicios, por llegar a cuantas más personas mejor, y por quedar por encima incluso de los expertos en ámbitos tan especializados como el sanitario.
Así, los efectos psicológicos del Sesgo de Confirmación y Dunning-Kruger (se explican ambos fenómenos en los enlaces, no los voy a detallar aquí) irrumpen a pasos agigantados entre una audiencia crédula que concede más valor a un falso audio de una persona que llora – apelando a las emociones y olvidando la racionalidad – y que afirma, en falsedad, que «los buzos han visto cientos de cadáveres en el parking de Bonaire. Es un cementerio».
A raíz de ese falso audio y de otros falsos contenidos vertidos en Telegram, WhatsApp y otras aplicaciones, se fue creando una maraña de presuntos «cientos de muertos» en el aparcamiento del centro comercial Bonaire. Y es aquí cuando irrumpen, sobre el terreno, intrusos periodísticos como Rubén Gisbert, y otros, haciéndose eco de los presuntos «cientos de muertos» en el «cementerio» de Bonaire.
Gisbert es abogado y me permitiría sugerirle que, si él deja de ejercer como intruso en el periodismo, yo no me inmiscuiré en el ejercicio de la abogacía. Más que nada por la reciprocidad y el sentido común.
Rubén Gisbert emitió sobre el terreno, porque sí debo reconocer que ha ido a ayudar a las zonas afectadas, un vídeo de más de 30 minutos de duración haciéndose eco del bulo de los muertos y con el que llegó a alcanzar más de 700.000 visualizaciones.
Las falsas especulaciones corrieron como la pólvora y, sin dato contrastado ninguno, varios otros comunicadores como el «Youtuber» TheGregf y algunos más también se hicieron eco del bulo y lo difundieron a sus millones de seguidores. Todos ellos emitieron datos falsos basados en nada. Y esa es la clave de la necesidad de una regulación.
Cuando se comprobó que, por fortuna, no había ningún muerto en el parking de Bonaire, Gisbert borró el vídeo con la difusión del bulo, pero el daño ya está hecho porque es bien conocido que, por los algoritmos de las plataformas, los desmentidos a los bulos apenas alcanzan unos pocos cientos de vistas frente a los millones de impactos del bulo original.
El intrusismo de Gisbert no termina en YouTube. Y aquí se añade la responsabilidad de los gestores del programa de televisión, de máxima audiencia, que decidieron dar voz y un micrófono a un abogado frente a la posibilidad de llamar a uno de los cientos de periodistas en paro que seguro que hay en la zona de Valencia.
La responsabilidad del programa de Mediaset radica en dar voz a varias personas (porque Gisbert no es el único) que desde aquella mesa emiten bulos sin pudor, sin datos comprobados y basados en puras especulaciones. Más allá queda la nueva mentira, la del barro en el que Gisbert se revolcó, pero la más grave sin lugar a dudas es la falsedad de los muertos en Bonaire. Eso es lo que trae llamar a intrusos periodísticos.
Regulación
El tóxico impacto que los bulos y las «fake news» generan en la Democracia y en la sociedad es tan peligroso que muchos de los falsos contenidos buscan que el receptor llegue a «dudar de todo», desde las insinuaciones espurias contra Organizaciones No Gubernamentales, hasta la duda contra las administraciones y las instituciones, pasando por la permanente e infundada saña contra los profesionales periodísticos para, al final, conseguir el objetivo de que el «bulero» sea el único referente para los crédulos y ciegos seguidores, que operarán casi como grupos sectarios que adoran al líder.
Las personas que a sí mismas se denominan «despiertas» (fenómeno curioso que se expandió durante la pandemia de COVID-19) se han creado una cueva Platónica1 en la que viven en su propio mundo de las sombras cimentadas con datos falsos y bulos y, desde su óptica obtusa, alimentada por los «influencers» con intereses muy concretos, se han construido un mundo de falsedades y mentiras en el que viven engañados mientras ellos creen tener la razón y ser puros en la Verdad porque el resto de la población está «dormida».
Por todo lo expuesto y para defender la Democracia es imprescindible que las obvias mentiras no salgan gratis, que difundir bulos evidentes tenga consecuencias jurídicas y que las falsas noticias sean erradicadas y sus emisores y creadores sancionados. No se trata de limitar la libertad de expresión, sino de reforzarla porque en la propia Constitución se dice que la información debe ser Veraz, lo cual deja fuera los bulos cuando estos se componen y se emiten sin base alguna en datos comprobados.
La libertad de creencias, tanto religiosas como políticas o de otra índole, no debe entrar dentro de esa hipotética regulación, pero sí se puede regular sobre la veracidad de los datos específicos y concretos.
Porque los datos están ahí, no mienten, y no son interpretables. Porque si no hay muertos, no hay debate alguno sobre las interpretaciones. Nadie está limitando la libertad de expresión de otra persona por prohibir decir o sancionar a quien afirme que hay «cientos de muertos», porque al no ser veraz esa afirmación, no es información sino bulo y no está por lo tanto amparada por la Constitución.
Esa futura regulación debe ser lo más sencilla y flexible posible para sancionar únicamente la difusión de datos objetivamente falsos, sin tocar las opiniones políticas o religiosas.
En el programa radiofónico, que se puede oír debajo, he entrevistado al experto en Redes Sociales Marcelino Madrigal, que ha analizado los bulos durante la DANA y sus implicaciones sociológicas, así como nexos y vínculos con varias corrientes de manipulación globales.
- Laguillo, D. (2020). La esfera de Platón: “individuos sombra” y “ciudadanos” ante la pandemia de bulos sobre el coronavirus COVID-19. Revista Española De Comunicación En Salud, 265-271. https://doi.org/10.20318/recs.2020.5419 ↩︎
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