Casablanca (Michael Curtiz, 1942)
Se ha escrito tanto sobre la mítica película Casablanca (Michael Curtiz, 1942) que hay poco espacio para la originalidad a la hora de hablar sobre este emblemático film. Por eso recurriré a mi historia sentimental, mi relación íntima con este título desde hace décadas. Un aviso para quien no haya visto la película: este artículo puede desvelar algunas partes importantes del film.
Follow on LinkedInEn los quioscos españoles apareció una colección de películas de Humphrey Bogart, en formato VHS, con una buena selección de los mejores títulos del actor. Entre otras grandes películas, ahí estaba «Casablanca», con una copia de baja calidad en cuanto a parámetros técnicos, pero lo suficiente para poder ver la película y fascinar al espectador.
Tras aquel primero de muchos visionados, supe que Casablanca iba a ser mi película favorita durante mucho tiempo.
Aquella (hoy vieja) cinta en VHS contenía una versión censurada por el régimen franquista, en la que se eliminaban, por ejemplo, las referencias del personaje del Capitán Renault (interpretado por Claude Rains) a la lucha de Richard Blaine (Humphrey Bogart) en el bando republicano de la Guerra Civil española. Una censura de calado muy importante a la hora de trazar un perfil del personaje interpretado por Bogart.
«Tócala, Sam»
«Tócala otra vez, Sam», fue la famosa frase que jamás se pronunció en la película, pero se popularizó por una obra de Woody Allen. En Casablanca, la frase que Ingrid Bergman sí pronuncia es: «Tócala, Sam». Sin embargo, la película es tan mítica que su enorme figura lo aguanta todo, incluso las invenciones.
Años después, con aquella cinta en VHS machacada por tantos visionados, conseguí dos versiones más, ya en formato DVD, ambas sin censura, con diferentes doblajes. Aquí el disfrute de la obra se multiplicó.
Gracias al DVD se puede ver la película en versión original en inglés, y en otros idiomas. En la edición «70 aniversario» se usa la siguiente frase promocional: «La película más romántica de todos los tiempos». Y lo es, el espíritu romántico embriaga toda la película, sin llegar a empachar.
El amor, la lealtad, el cinismo…al tratar todos esos temas, las fibras internas se revuelven cuando ves Casablanca, porque con su peculiar forma de tratar temas tan humanos gracias a sus rotundos diálogos, la película nos fascina y nos envuelve en su propia magia.
La trama, con la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo, nos presenta a un cínico Richard Blaine, dueño de un local en la ciudad. Su tranquila vida, entre los trapicheos habituales y las trampas en su mesa de apuestas, se ve truncada por su pasado que regresa: la aparición de Ilsa Lund (Ingrid Bergman), acompañada de su marido, el líder de la resistencia Victor Laszlo (Paul Henreid).
Así, con un trío amoroso, la película va avanzando entre la ternura y el cinismo, con el magnífico personaje del corrupto Capitán Renault, quien adereza con su simpático carisma todo el metraje.
Los diálogos de un guión casi perfecto se van sucediendo mientras vemos desfilar al amor, a la bondad y al cinismo, a través de una película plagada de románticas frases gloriosas. Frases que han quedado para la historia, para un relato íntimo de sentimientos enfrentados. De un dulce amargor.
Casablanca es más que una simple película: es un mito intemporal que nos recuerda valores fundamentales. Todo un hito para algo que la Warner consideraba «una más» en su enorme engranaje de producciones del año 1942.
Más de 70 años después de su estreno, en este mundo podrido y violento, todavía resuenan en el aire esas notas de «La Marsellesa». Aquella canción que hizo brotar la emoción en el «Rick´s Café Americain» al reivindicar la libertad ante los nazis, nos hace pensar que los eternos valores de libertad, igualdad y fraternidad, son cada día más imprescindibles. Como Casablanca.
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